sábado, 31 de julio de 2010

De la revolución al separatismo

Nacionalismo

Pío Moa
 
2010-07-28

O, más justamente, de la revolución obrerista a la revolución separatista, pues se trata en los dos casos de auténticas revoluciones, ya que se proponen cambios históricos radicales. España se enfrenta a una larga serie de problemas, ligados entre sí, pero tal como en los años 30 el problema más decisivo era el revolucionario, que abocó a una guerra civil, en la actualidad es el separatista. Quiere esto decir que resolver ese problema contribuiría a la solución de muchos otros. Por lo tanto es preciso dedicar las energías principales a afrontarlo, y tal debe ser el punto clave de un programa político.
Es precisa una visión clara del asunto: no basta señalar la evidencia de que el separatismo es cosa de minorías y de políticos corruptos, etc., ajenos a la masa de cada región, porque la masa siempre es dirigida por alguna minoría (todo partido lo es), y frente a esas minorías más o menos separatistas no existe hoy ninguna minoría organizada opuesta. No lo son, desde luego, el PP ni el PSOE, pues ambos contribuyen al proceso de descomposición de España. Y contribuyen no sólo por pasiva, al aceptar la iniciativa separatista con más o menos restricciones, sino también por activa, impulsándola como ha hecho el PSOE con el estatuto catalán, o imitando ese estatuto en Valencia o Andalucía, como ha hecho el PP. Todo ello deslegitima a esos políticos. Paralelamente, la información de la inmensa mayoría de la gente sobre esta cuestión crucial es rudimentaria y falseada por mil prejuicios.
Vidal-Quadras lo ha explicado así: los separatistas de diversas regiones tienen un plan, consistente en disgregar España, concebida como un mal histórico. Un plan que llevan más de un siglo persiguiendo tenazmente, adaptándolo a las circunstancias de cada época, y que en varias ocasiones, pero principalmente hoy, han parecido próximos a realizar. Y frente a ese plan no existe hoy un plan contrario capaz de reconducir el proceso, pues hasta ahora no se ha pasado de las críticas y las denuncias dispersas, a menudo en plan francotirador. Y quien tiene un plan termina por ganar la partida a quienes actúan de forma divagante, sin un objetivo preciso.
La gravedad de la situación radica precisamente ahí. Frente a los proyectos revolucionarios de los años 30 (que incluían el separatismo, aunque en segundo término), existían proyectos opuestos, sobre todo el de la CEDA, si bien estuvieron a punto de ser anegados por la marea revolucionaria e izquierdista. En la actualidad, el empuje separatista es incomparablemente menor que el revolucionario de aquellos años, pero extrae su fuerza y audacia precisamente de la ausencia de una oposición estructurada. No obstante, en España es tradición que cuando las clases dirigentes fallan, como en el caso de la invasión francesa, el pueblo tome los asuntos en sus manos. Y ahora es la ocasión. Todos los partidarios de la unidad de España deben plantearse seriamente cómo invertir la presente deriva balcanizadora.
 

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sábado, 17 de julio de 2010

Más sobre homosexualidad y homosexualismo

Réplica a Esplugas

Pío Moa
2010-07-16
En la polémica sobre la homosexualidad ha intervenido ahora el señor Esplugas con un artículo algo confuso y palabrero, como suelen ser muchas discusiones en España, sugiriendo además que homosexualismo y liberalismo van juntos. Para no perder el tiempo, resumiré algunas cuestiones básicas:




  1. Una cosa son los homosexuales y otra el homosexualismo, como una cosa son los obreros y otra el marxismo, o las mujeres y el feminismo, o los catalanes y el nacionalismo catalán, etc. Esas ideologías se dicen, falsamente, representantes de los homosexuales, los obreros y demás, y pretenden transformar la sociedad de acuerdo con sus particulares concepciones.
     
  2. El término "GAY" se ha interpretado como "Good As You", pero no es verdad. Un homosexual puede ser tan bueno o mejor que la mayoría como arquitecto, nadador o matemático, pero su homosexualidad no será "tan buena" como la normal: seguirá siendo una desgracia, que puede afrontar mejor o peor. Por hacer una comparación trivial, un cojo puede ser un gran empresario o científico, pero no logrará convencernos de que andar cojeando es tan bueno como andar normalmente.
     
  3. Tampoco lograrán convencernos –ni convencerse– de que el único problema consiste en la actitud de la gente con respecto a esas desgracias o a cualesquiera otras, o de que solo hay desgracia si uno se siente desgraciado. Se trata de la idea de que la realidad no existe, que solo existen constructos o invenciones mentales, y que basta cambiar el punto de vista sobre la realidad para que esta se transforme en otra cosa. "La mujer no nace, se hace", decía Simone de Beauvoir, y esa concepción se ha extendido mucho. Este modo de ver las cosas es inconsecuente, porque entonces valdría igual un punto de vista que otro, una opinión que otra, etc., ya que todas son invenciones en el fondo arbitrarias. Valdría tanto, por ejemplo, el homosexualismo como lo que llaman la homofobia. Pero ahí las ideologías se detienen: solo valen los puntos de vista, las invenciones de ellas.
     
  4. La homofobia, como el antiobrerismo, el machismo o el anticatalanismo, son, en ese sentido, palabras-policía, intimidatorias, a fin de paralizar la expresión de ideas o puntos de vista no conformes a tales ideologías. Estas rebosan odio a sus contrarias, pero no toleran el mismo odio en las demás. Pretenden, incluso, crear leyes para perseguir criminalmente a quienes piensan u obran de modo diferente, y cultivan asiduamente el victimismo sobre el pasado para justificar privilegios y opresiones presentes a los que aspiran –y a menudo logran.
     
  5. El homosexual razonable no hace de su condición sexual el centro de su personalidad y de su vida, acepta su realidad si cree que no puede cambiarla, y la lleva con discreción, ya que se trata de un asunto íntimo, como debieran hacer también los heterosexuales, aunque hoy se procura ya desde la escuela destruir los sentimientos de pudor y otros parecidos. El homosexualista, más consciente que nadie de su desgracia, en lugar de asumirla intenta grotescamente convertirla en motivo de orgullo y obligar a los demás a creerla "good as you".
     
  6. El homosexualismo no se limita a decir que un homosexual es una persona y debe ser respetado. En realidad eso le importa poco y va mucho más allá. Hace de su condición sexual el centro de su pensamiento y de su acción, y pretende que la sociedad se conforme según sus teorizaciones. Necesita creer y hacer creer que el apego social a una sexualidad normal, a la reproducción, a la familia, al pudor, etc. son "prejuicios" que deben desarraigarse por todos los medios. El homosexualismo, el feminismo y otras ideologías "radicales" suelen ir juntos, con efectos "progresistas" como el creciente fracaso matrimonial y familiar, el auge de la prostitución en mil formas y otros muchos que en otro artículo he definido como índices de mala salud social.

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martes, 13 de julio de 2010

Homosexualidad y homosexualismo

Réplica a José María Marco

Pío Moa 
   "No niego a nadie tal condición de individuo por esto o por lo otro. Siento aversión por los manejos de las mafias rosas, por su victimismo enfermizo y exagerado, como si sus problemas fueran los más dignos de ser tomados en consideración.

2010-07-11

Titula José María Marco Homófobos en libertad su artículo de réplica a uno mío. El título suena algo amenazador, supongo que sin intención. ¿Habría que privar de la libertad a quienes odian a los homosexuales? ¿Habría que cerrar Intereconomía por homófoba, como pide el sindicato homosexual? Me temo que el odio es libre y opinable, mientras no dé lugar a conductas delictivas, y no puede convertirse el mismo en un delito. La sociedad está llena de esas fobias, a la Iglesia, a España, al liberalismo, a la democracia, a la familia, a "los yanquis", a Israel, a tantas otras. ¿Por qué habría que castigar unas expresiones de odio y otras no? Espero que mi contradictor, cuyos escritos me parecen por lo común admirables, no vaya por esa senda.
El término homofobia significa literalmente odio o aversión a lo igual, pero los movimientos homosexualistas lo han convertido en odio a los homosexuales y la RAE lo ha aceptado con corrección política. Pero la RAE debiera haber añadido a la definición: "según los movimientos homosexualistas". Incluso podría haber señalado que el término busca amedrentar y prohibir la expresión de quienes son definidos como homófobos por dichos movimientos.
A mi juicio, la homosexualidad es una desgracia y explicaré por qué, ya que Marco insiste. La sexualidad normal se establece entre hombres y mujeres, tiende a la reproducción y, quizá por ello, a una unión estable, se cumpla luego o no. Hay, claro, otras formas de sexualidad, entre ellas la homo, pero defectuosas a mi entender. En ellas el acto sexual se convierte fundamentalmente en una diversión y un placer particular, sin importar de modo especial con quién o con qué, ni implicar otros sentimientos que los derivados directamente de ese placer o diversión (por supuesto, hay parejas homosexuales muy estables y afectuosas, pero ello es bastante raro y difícil, por la propia naturaleza de la relación, el "amor estéril"). Y esta es una ideología típicamente homosexual, también feminista, impuesta desde los medios de comunicación, el poder político, la enseñanza, el cine... con efectos sociales bien visibles.
La homosexualidad, en relación con la sexualidad normal, es una desgracia, como la cojera, la escasa inteligencia, la miopía etc. etc. Desgracias mayores o menores, nadie deja de padecer una o muchas, pero, por suerte, no son determinantes, salvo casos extremos. La vida humana se define, en gran medida, por el modo como se afrontan y superan las desgracias. Unos homosexuales superan la suya muy bien, y otros no. Para comprobar lo último basta ver la mala carnavalada del "orgullo gay", tanto en el espectáculo innoble que dan de sí como en la pretensión de hacer de su defecto una virtud, un motivo de orgullo. Es el mundo de lo grotesco, pero que, además, intenta convertirse en norma social. En fin, una cosa es la homosexualidad y otra el homosexualismo.
Pregunta Marco si en mi trato con homosexuales "obvio cualquier referencia a esta parte fundamental, afectiva y amorosa" de esos amigos o conocidos. Por supuesto, la obvio. Su sexualidad es asunto suyo y no me interesa más allá del dato general. Por lo mismo, suelo ser muy pudoroso con respecto a mi propia vida afectiva, y me desagradan las personas que exhiben la suya más de la cuenta. Aunque admito que ello es más bien cuestión de carácter.
También, según Marco, resulta "condenable moralmente y sin remisión quien niega a alguien su condición de individuo por una condición general, en este caso una condición sexual de la que no es responsable". En la última frase, así como en su exigencia de comprensión, revela Marco que él también considera la homosexualidad una desgracia; lo mismo con su ironía sobre "los agraciados y dichosos heterosexuales", que, como todos sabemos, no son en principio más dichosos ni agraciados que los homosexuales. Todo el mundo tiene sus problemas, y no hace falta ironizar. Por mi parte, no niego a nadie tal condición de individuo por esto o por lo otro. Siento aversión por los manejos de las mafias rosas, por su victimismo enfermizo y exagerado, como si sus problemas fueran los más dignos de ser tomados en consideración y, peor aún, por su utilización de ese victimismo como pretexto para imponer a la sociedad su particular y en mi opinión disolvente y liberticida ideología. No por ello dejo de considerarlos personas, de otro modo no me molestaría en decir lo que pienso sobre ellos.
En fin, sobre el "machismo" y la igualdad de oportunidades para las mujeres, le remito a mi ensayo sobre el feminismo que he publicado en mi blog. Y que, por supuesto, se puede discutir también.

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Van a por todas / La enfermedad del europeísmo

 
 
  La manifestación separatista de Barcelona ha sido impresionante. Si la policía, dirigida por separatistas, habla de un millón de asistentes habrán sido entre cien y doscientas mil, una cifra enorme en cualquier caso. Seguramente se concentraron allí todos los secesionistas catalanes más los partidarios del estatuto de nación asociada, todos ellos rupturistas con laa Constitución y la unidad de España. Ni son ni representan a la mayoría de los catalanes, como han mostrado las ridículas votaciones en los referendums ilegales recientes o la propia votación del estatuto; pero eso carece de verdadera importancia política, porque constituyen la fracción más activa, politizada y fanatizada de la población, mientras que los demás catalanes no solo carecen de representación (ni el PP ni el PSOE los representan, en realidad los traicionan) sino que constituyen una masa hoy por hoy amorfa, desorganizada, dispersa y sin apenas argumentario. Son las minorías las que arrastran a las mayorías, y las minorías claramente españolistas apenas existen, o carecen de dinamismo y de plan de acción, al contrario de las antiespañolas.

   En el programa Los últimos de Filipinas, del domingo pasado, señalaba yo cómo los separatismos en España habían cumplido un papel desestabilizador en los períodos de libertades, parasitando estas y facilitando el camino a las dictaduras, durante las cuales habían dejado de incordiar (salvo el caso de la ETA, de un separatismo nuevo, marxista, pero ya muy a últimos del régimen de Franco). Y Vidal-Quadras apuntaba a un dato crucial: “Efectivamente –vino a decir—los nacionalistas tienen un plan, el plan de disgregar España, y lo siguen en cuanto tienen oportunidad. Pero enfrente no hay plan alguno. Y quienes actúan de acuerdo con un plan, terminan ganando a los que no lo tienen”. Es más, terminan arrastrando a gran parte de sus adversarios que no saben adónde ir, como han hecho con el PSOE y el PP. Esta es la diferencia crucial, no la mera masividad de unos u otros en un momento dado. Los separatistas empezaron por tertulias insignificantes de personajes medio o más que medio chiflados, pero se han convertido en el mayor peligro para la continuidad de la democracia y de la propia nación española. Y frente a ello no valen las quejas ni los llantos.

   Tampoco creo que podamos consolarnos con la idea de que los separatistas, si se salen con la suya en Cataluña, nos libran de un problema y el país quedará más pequeño pero por así decir más saneado. La verdad es que el problema de Cataluña es el de toda España, y que los males que allí se perciben existen en todo el país, por lo que, más que en un “saneamiento” en cualquier sentido que se dé a la palabra, entraríamos en un proceso de desintegración.

    Urge, por tanto, pasar de lo negativo, de la mera crítica, menos aún de la queja, a lo positivo, a un plan de acción, esto es, a elaborar un programa político y una estrategia a partir de un análisis realista de la situación. Tarea para los pocos políticos demócratas y españolistas que quedan, a pesar de ser la población muy mayoritariamente demócrata y españolista.

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En Época

LA ENFERMEDAD DEL “EUROPEÍSMO”

   En un reciente encuentro en la Fundación Concordia salí al paso de una idea difusa, pero extendida, según la cual España lo debe todo a “Europa”, entendiendo por Europa lo que tradicionalmente se ha entendido en la paletería intelectual hispana: Francia, Inglaterra y Alemania, y sin siquiera percibir las profundas diferencias entre las tres. Esa mentalidad viene de lejos, y Ortega y Gasset la resumió en la frase ilógica, por no decir estúpida, “España es el problema y Europa la solución”; para lo cual inventó otras tonterías como la de la “tibetanización” de España. Ortega, cuando descendía al terreno histórico-político, solo tenía “ocurrencias”, como señaló Azaña y he analizado en libros recientes. 
   Opiné en la citada fundación que un factor de nuestra debilidad radica en esa falta de autoconfianza, en la creencia de que sin “Europa” no haríamos más que brutalidades, de que le debemos desde los fondos de cohesión hasta la democracia o la propia civilización, y la esperanza de que el mero hecho de estar “en Europa” nos permita resolver nuestros problemas, desde el económico al separatista. Este sentimiento, tan cultivado por políticos e ideólogos de tres al cuarto, es realmente corrosivo y solo se apoya sobre la ignorancia o la falsedad. Y al destruir la confianza en nosotros mismos como nación, nos vuelve incapaces de afrontar nuestros problemas.

    Expondré algunos aspectos del pasado reciente que abonan una razonable confianza en nosotros mismos. En primer lugar, España supo mantenerse al margen de las dos gigantescas guerras europeas del siglo XX, comparada con las cuales nuestra Guerra Civil no pasó de un episodio menor, tanto por el número de víctimas y destrucciones como por la crueldad empleada por todos los bandos. Neutralidad difícil, pues no faltaron políticos demagogos y progresistas ansiosos por embarcarnos en esas contiendas, como Romanones en la Primera Guerra Mundial o Negrín en la Segunda.

   Nuestros “europeístas” suelen motejar de “perdidos” los años del franquismo hasta 1959, afirmando que tardó mucho en recuperarse la renta de 1935. Pero los cálculos varían mucho de un economista a otro, y casi todos “olvidan” que Inglaterra tuvo a medio gas la economía española durante la guerra mundial, y que luego vino un aislamiento internacional absolutamente injusto, por cuanto los Aliados debieron mucho de su victoria final a la neutralidad española. Y suelen olvidar que el resto de Europa Occidental pudo rehacerse en gran medida gracias al Plan Marshall, negado a España. Pero incluso en tan duras condiciones el país avanzó, con mejoras decisivas en salubridad pública, esperanza de vida al nacer, enseñanza, sobre todo secundaria y universitaria, consumo de energía etc. Y ello, no solo sin Europa sino contra el aislamiento impuesto por Europa, solo superado en los años 50. Por cierto que la comparación de renta se hace con el año 1935, el mejor de la república, cuando lo adecuado es hacerlo con la primera mitad del 36, cuando el Frente Popular destrozó la economía española, siendo esa una de las causas de nuestra guerra.

  Aquel tipo de crecimiento más o menos “autárquico” se agotó en 1959, y el país supo cambiarlo con tal éxito que, sin estar en la CEE, embrión de la UE, España creció más que Europa, acercándonos rápidamente a su renta media. Tales logros no se han repetido desde que, como dicen los demagogos “entramos en Europa” (España siempre fue un país europeo)

   En cuanto a la democracia, casi toda Europa occidental se la debe directamente a la intervención de Usa en la II Guerra Mundial, mientras que nosotros nos la debemos a nosotros mismos, por evolución desde un régimen autoritario, no totalitario. Al igual que nos debemos la prosperidad anterior, y no al Plan Marshall, como ellos. Por tanto, menos beatería “europeísta”, pues nadie más que nosotros mismos va a resolver nuestros problemas.

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sábado, 10 de julio de 2010

Lo que hay y lo que falta

Crisis nacional
 "De todos los problemas que ha tenido España desde el "desastre del 98", el separatismo o balcanización es hoy el principal, después de haberlo sido durante mucho tiempo el revolucionario".
2010-07-08

Pío Moa
   
Desde 2004 tenemos un gobierno mafioso, esto es, ilegal e inmoral, conculcador de la Constitución, aliado del terrorismo, de los separatismos, de totalitarismos como el cubano o tiranías amenazantes como la marroquí, socavador de la independencia judicial, de la familia, fomentador de todas las formas de corrupción y que se siente heredero de un Frente Popular a su vez "rojo" y causante de la guerra civil.

Generalmente, la democracia tiene formas de contrarrestar las tendencias mafiosas presentes siempre en los partidos. Una es la independencia judicial, otra la libertad de expresión y otra la existencia de una oposición que frene al poder. Pero tanto la independencia judicial como la libertad de expresión han sido muy corroídas y se hallan muy acosadas; y la oposición ha dejado de existir desde el momento en que el PP ha caído bajo el poder de Rajoy y su camarilla, cuya política viene a ser casi la misma del PSOE. La última fechoría –por ahora– de estos políticos ha sido el estatuto catalán de estado asociado, que no de autonomía, fabricado por todos los enemigos de la Constitución y de España en obsequio a la ETA. Añadamos la crisis económica y una población en gran parte embrutecida por la telebasura, el botellón y el embuste sistemático sobre su propia historia, y tendremos "lo que hay". 

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Lo resume Federico afirmando que "España no puede ser un régimen liberal y democrático enfeudado a una Cataluña despótica". Claro está. Ni a unas Vascongadas, Galicia o Valencia, Andalucía, Castilla la Mancha, etc., que por su propia cuenta siguen la misma vía del despotismo y la corrupción. Máxime cuando, como también observa Federico, la cuestión "catalana" es ante todo la cuestión de una clase política española desnortada o algo peor. Al final, de España no quedaría nada.

De todos los problemas que ha tenido España desde el "desastre del 98", el separatismo o balcanización es hoy el principal, después de haberlo sido durante mucho tiempo el revolucionario. Resolviéndolo se resolverían gran parte de los demás, tan agravados por el actual gobierno delincuente. Pero, como dice Vidal-Quadras y con otras palabras también Federico, los separatistas tienen un plan, saben lo que quieren, mientras que frente a ellos no existe plan alguno ni se sabe hacia dónde reman los partidos que se llaman "nacionales" y son, precisamente, antinacionales. Durante años, muchas personas, Federico de forma destacada, hemos defendido al PP como alternativa, aun si floja y llena de defectos. Hoy, se necesitaría una dosis demasiado alta de ingenuidad o tontería para ver en el PP esa alternativa. Existe un descontento extendido, bien manifiesto en las enormes manifestaciones de hace unos años, ahogadas precisamente por el PP, pero no surge el partido que pueda recogerlo y encauzarlo con un programa claro, democrático y español. Y esto es justamente lo que falta, a pesar de que las condiciones para crearlo son en general muy buenas. Si no surge ese partido, deberemos resignarnos a un proceso de descomposición, con probables violencias y "alternativas" estrafalarias o dictatoriales, en una dinámica tan conocida por los regímenes latinoamericanos.

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Victimismo homosexualista / Etapas del separatismo / Clases sociales



Me comentan sobre una tertulia televisiva en la que alguien se refiere a la época de Franco, "cuando los homosexuales eran perseguidos y se les aplicaba la ley de Vagos y Maleantes".
Eso de ennegrecer los tiempos de Franco para, por comparación, hacer colar las fechorías de nuestro tiempo de descomposición de la democracia, es un recurso muy empleado. Pero vamos a aplicar un poco de lógica: ¿cuántos homosexuales había en tiempos de Franco? Seguramente una proporción más o menos como la actual, aunque menos visible. Más de un millón, desde luego. ¿Cuántos presos había en las cárceles? Resulta que en las cárceles había unas 15.000 personas al final del régimen y menos todavía diez años antes, es decir unas cinco o seis veces menos que ahora. Era una cifra también muy inferior a las de los países europeos occidentales (y también había bastantes menos policías, y no existían las policías privadas que hoy proliferan). ¿Cuántas de esas personas estaban encarceladas por ser homosexuales? Desde luego poquísimas, si es que alguna. Debe reconocerse, pues, que si los homosexuales eran tan ferozmente perseguidos, la eficacia de la persecución era ínfima. En realidad un homosexual no era encarcelado por serlo, sino por otras causas, como escándalo público, pederastia o similares. Había homosexuales notorios y conocidos en diversas profesiones de proyección pública, como las artísticas, y, desde luego, también en las demás. La homosexualidad no estaba bien vista, y suscitaba muchas bromas y chistes, pero en la inmensa mayoría de los casos la persecución no iba más lejos de ahí.
 Un truco permanente de las ideologías es el victimismo, con el cual intentan paralizar la crítica a los dislates que suelen tratar de imponer: ¡ellos son las víctimas y tienen todo el derecho a una reparación sin límites! Por cierto, la Ley de Vagos y Maleantes no es franquista, sino republicana, propuesta o apoyada en las Cortes por el propio Azaña, en el verano de 1933.

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¿Imperio de la ley?

        Me sorprende que García Domínguez, generalmente tan lúcido y agudo, hable de acatar leyes como las que vienen imponiéndose en España sobre el aborto o los estatutos “nacionales”. Son leyes establecidas por políticos que no cumplen la Constitución ni las leyes en general, puesto que estas apenas se han aplicado en diversas autonomías, y los terroristas han visto reconocido y premiado su “derecho” a asesinar. Una democracia debe regirse por el imperio de la ley, pero esto nunca funcionó del todo desde la misma transición, y ahora el sistema se descompone a ojos vista. Son cosas denunciadas mil veces, y termina aburriendo hablar de ellas, porque la denuncia queda sin consecuencias mientras no se articule de una vez la rebelión cívica contra las continuas fechorías del poder. Es perfectamente lícito, en estas circunstancias, que un político honrado y con principios no se limite a la objeción de conciencia o a la dimisión, sino que haga uso de su poder, regional o local, para desobedecer las imposiciones tiránicas, que no leyes, de los acosadores de Montesquieu y colaboradores del terrorismo, del separatismo, de las dictaduras de izquierda, entre otras cosas. Lo ilícito, moral y políticamente, es obedecer a los tiranos.

****Pedraz: "A Baltasar Garzón todos le echamos de menos" Todos los amigos de la prevaricación y la falsificación histórica, se entiende.

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