miércoles, 12 de septiembre de 2012

“El Borbón, traidor compulsivo, vendió España al comienzo de la transición”

 
 
Por Enrique de Diego.-
El Borbón, traidor compulsivo, vendió España al comienzo de la transición y ahora se recogen los frutos amargos de la siembra podrida. El Borbón se entregó a los separatistas, a cambio de que respetaran su puesto de trabajo. Ya desde el principio quiso dar la independencia a Vascongadas.

Fernando VII era patriota ilustrado al lado de este felón. Echar a los Borbones es fundamental para salvar a España.

MAS CHANTAJEA AL ESTADO: PACTO FISCAL O INDEPENDENCIA

Ante la desintegración del Estado, el president de la Generalitat, Artur Mas, ha dicho hoy que si el Gobierno central no concede a la comunidad catalana el pacto fiscal, “el camino de Cataluña hacia la libertad está abierto”. Lo ha dicho en declaraciones a los periodistas tras el acto institucional del Govern y el Parlament en el parque de la Ciutadella de Barcelona al ser preguntado por el corresponsal en España de la BBC sobre cuál es su estrategia para Catalunya.

En inglés, Mas ha indicado que Cataluña reivindica el dinero que “produce”, recalcando que lo que ahora es necesario es que Catalunya tenga las herramientas que necesita para combatir la crisis económica. Mas ha dicho ser consciente de que “no será una negociación fácil con el Gobierno central”, pero su objetivo será “intentar alcanzar un acuerdo para dar así a Cataluña “las herramientas que necesita para construir su futuro nacional”.

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¿DÓNDE ESTÁ EL REY?

 
 
Antonio Valdivia.- 
Con todos mis respetos Majestad. Me hago un sin fin de preguntas ante la situación que vive el país que usted reina o sobre el que ejerce la más alta dignidad del Estado. A día de hoy, ya no se si está o se le espera, viendo los acontecimientos que vivimos en lo que ya es casi “Expaña”·.

No se si recuerdo bien que un 23 de febrero, creo que de 1981, ejerció de Jefe del Estado y de Capitán General de todos los Ejércitos. Desde entonces solo le veo en Marivent, cazando elefantes o tratando que aguantar el chaparrón.

No le ví cuando se aprobó la Ley del Aborto. Ante una Ley así, el Rey Balduino de Bélgica abdicó al ser católico, con el fin de ser consecuente con su fe. Su indiferencia constituyó para mi, que soy católico, un gran escándalo y una dejadez inconsecuente con su rango.

Entre sus funciones está, si no ando mal informado, sancionar las leyes que el Consejo de Ministro y la Cámara le presentan. Por ello le eché en falta ante muchas sentencias de Tribunal Constitucional, tendentes a la ruptura de su Reino, que no es otro que España.

Su silencio estrepitoso ante las ansias separatistas de dos regiones de España clama al cielo y además enfurece a los españoles honrados y dignos, que conocen su historia y saben que gracias a muchos españoles y catalanes, hoy asienta sus posaderas en el trono real de este país.

No le veo salir en defensa de sus oficiales subordinados que alzan sus voces contra los desmanes que estamos padeciendo los españoles por la dejación de funciones y deslealtad al cargo, jurado o prometido, delante de Vd. tras la formación de un Gobierno.

No le veo en Cataluña proclamando que es España y que jamás permitirá la secesión de un territorio del Reino, que le mantiene hasta ahora. Más bien, se le echa a faltar en acontecimientos tan dramáticos para el resto de los españoles.

Cuando analizo la ausencia de su regia persona en estos tristes momentos que atravesamos, recuero a un tal Carlos IV y su “glorioso hijo”, que nada más nos trajo desgracias. A aquel le gustaba la carpintería y a este, usted, Majestad, le gusta la caza.

Es no menos curioso, que algún miembro de la Familia Real y por más señas, un yerno, ¡Oh casualidad!, catalán, se vea imputado en casos de corrupción, y contra el cual no veo que se haya pronunciado claramente.

Hoy, los españoles le echamos de menos en Cataluña, esa hija díscola que mucho ha contagiado a al tal Urdangarín, que tantos quebraderos de cabeza le producirá.

Hoy le pedimos que se pronuncie en favor de España, su Reino, no su finca de vacaciones. Echamos en que la autoridad más importante del Estado dé soporte a los españoles de bien y se pronuncie en favor de las leyes vigentes y de la continuidad histórica de España. Cataluña es parte de España y como tal debe defenderla de esa casta malsana de indecentes políticos separatistas.

Majestad, pronúnciese cuanto antes y, como en aquel 23 de febrero, ofrezca un mensaje claro y rotundo. Lo está esperando su pueblo. Lo exige la gravedad del momento.

*Colaborador de AD y experto en temas militares.

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sábado, 8 de septiembre de 2012

La estafa democrática o la otra cara de la libertad

 
No es fácil respetar esta democracia, sobre todo con bacilos tan perniciosos como los de esa casta que la emprenden contra Alerta Digital sólo porque no bailamos al son de su misma música. Una auténtica democracia sólo puede ser posible sobre la base del compromiso a la tradición de un país y de una recta concepción de las personas, reducidas en España al mero papel de figurantes en los fraudulentos procesos electorales.

La democracia no es una concepción de la vida ajena a los valores, que son fundamentales y globales, incluidos el de la cultura y la identidad de los habitantes de un Estado. Cuando esos valores se desintegran, la propia democracia entra en una profunda crisis de identidad. La Constitución de 1.978, a diferencia de la norteamericana, se edificó sobre valores que fueron negociados y otros aún más genuinos que simplemente han sido desde entonces ignorados o relegados.

Una auténtica democracia, como la que el PP no quiere defender, es sobre todo el fruto de una aceptación convencida de valores tan innegociables como la dignidad de los naturales del país, el respeto de los derechos de cada español a proclamar y defender su identidad, la asunción del “bien común” como fin y criterio regulador de la vida política. Al faltar el consenso general de estos valores entre la casta dirigente, España ha perdido el significado de la democracia y se llega incluso a comprometer su estabilidad.

También es hora de que unos y otros, en estas horas de derrota nacional, reflexionen sobre algunas lecturas que nos deja el fracaso de este modelo político instaurado con engaños, deslealtades y traiciones en 1978. Se pone cada día más de manifiesto la creciente distancia entre administrados y administradores. Entre las deformaciones del sistema democrático español, la corrupción política es una de las más graves porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia, compromete el correcto funcionamiento del Estado, influye negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados e introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas. La corrupción, por desgracia, se ha generalizado sin freno en prácticamente todos los estamentos dependientes del poder político, a tal fin que la política ha sido concebida como un medio de vida y no como un instrumento eficaz de gestión.

Tampoco nuestra democracia ha hallado ni tenido voluntad de encontrar fórmulas que permitan la participación real y efectiva de la sociedad civil en los asuntos que le conciernen. Relegada al papel de mera comparsa, la sociedad civil española ha tenido prácticamente imposible sacar adelante cualquier propuesta o idea si no era a través de los férreos cauces de los partidos tradicionales. Ser todos activos, en la democracia, significa dar un cauce de expresión a las propias facultades y talentos, a la multiplicidad de dones que posee cada ser humano, en grados diversos, sin que la adhesión a un partido o a una consigna termine siendo lo único importante. La democracia no concuerda ni con la tiranía de los partidos ni con la falta de atención de éstos a otras ideas y otros intereses que no sean los que sus líderes y las entidades supranacionales defienden.

Pero de todas las carencias y limitaciones de nuestra democracia, ninguna como la provocada por esa criatura monstruosa, contraria a natura, que está introduciendo en España todos los gérmenes de la fragmentación y el tribalismo. No lo digo yo, el recientemente fallecido Peces-Barbas, padre de la Constitución, también lo reconoció en uno de sus extrañísimos arrebatos de sinceridad: De las autonomías de 1.978 hemos pasado a unas reformas estatutarias caracterizadas por tres principios: improvisación, debilidad del Estado y deseo de unas comunidades de ser más iguales que otras.

La presencia ahora de Bildu en las instituciones avala nuestras dudas. Nunca se debió negociar la apertura para España de un régimen autonómico sin antes haber definido y afirmado del modo más contundente la esfera de las competencias que un Estado soberano no puede negar o compartir sin renegar de su propia esencia. El principio de las autonomías ha sido siempre un poderoso factor de debilitación de los Estados unitarios –unitarismo no quiere decir uniformismo- a base de forzar particularismos internos o limítrofes, aspirantes a una soberanía propia. La Historia lo ha demostrado con ejemplos concluyentes, del que tal vez, el de la antigua Yugoslavia sea el más reciente.

Con la complicidad por acción u omisión de casi todos, incluida la representación de la más alta magistratura de la nación, los ardides independentistas y el enfrentamiento con el Estado no se encubren, llegándose a extremos tan grotescos como el de los virreyes autonómicos desafiando a ese mismo Estado del que emana toda su legimitidad política.

Ante la puesta en cuestión del sistema partitocrático, las voces más dispares en su ideología claman estérilmente. Uno de las razones principales del fracaso democrático en España ha sido el apoyo hipotecado que los nacionalistas han prestado a los distintos gobiernos nacionales para que el interés nacional quedase supeditado al de unos pocos. Sembrar la semilla de la desunión entre las regiones y los hombres de España, despertando en ellos dormidas apetencias o fomentando las nuevas, es una de las más grandes responsabilidades que la casta española asume frente a la Historia.

La consumación de esta gran farsa histórica se encuentra privada de cualquier derecho, ya que la responsabilidad rechazada es solo la otra cara de la libertad.

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La democracia ha provocado la quiebra de España y una sociedad corrompida, anestesiada y dormida

 
José Alfredo García Fernández del Viso.- 
El sistema actual tras más de treinta años de su imposición y aplicación ha hecho aguas por todos lados, hasta situarse en el más profundo de los hundimientos posibles.

Asistimos impertérritos a una crisis económica, siendo su dimensión mucho más amplia al abarcar el panorama sociológico del país. La crisis no deja de ser consecuencia del sistema mismo. En este compendio nos encontramos por el empecinamiento y la apatía de muchos españoles. La sociedad española se encuentra anestesiada, fruto de un proceso premeditado desde las altas instancias del sistema. No interesó ni interesa una población fuerte, aguerrida y pensante, sino todo lo contrario, para ello han utilizado todos los resortes del poder, destacando de un modo notable el audiovisual, dónde programas vergonzantes constituyen la enseñanza diaria.

A ello debemos sumar un “buenismo” exasperante, con una falta de implicación propiciada también por el sistema, las frases de una madre a un hijo ahora son; no te metas en nada, vale más pasar desapercibido, etc.

Todo ello fue pronosticado a la muerte del anterior jefe del estado, Francisco Franco, por unos pocos españoles, por unos verdaderos patriotas que sin interés particular de ningún tipo, veían como con el tiempo ese axioma del refranero español se iba a cumplir inexorablemente una vez más; estos polvos traerán estos lodos.

Sin embargo esos buenos ciudadanos, preocupados por la situación que se avecinaba, fueron tildados de “ultras”, “extremistas”, “fascistas” y demás calificativos. El sistema no quería escuchar la verdad, sólo pretendía desmantelar un modelo que funcionaba para substituirlo por otro dónde el oro, oropel y la poltrona fueran los valores predominantes. Mientras antaño se enarbolaban los principios de Dios, Patria y Justicia Social.

Se advirtió, y ahí están las hemerotecas para atestiguarlo, del peligro sobre la implantación de las autonomías, ya no sólo desde la perspectiva de unidad nacional, sino desde el frente socioeconómico, dónde se alertó en numerosas ocasiones del peligro fiscal que se avecinaba en su implantación, así como del terrible costo en su sostenimiento.

Ante ello, una vez más el sistema hizo oídos sordos, literalmente se río de esos buenos españoles, arrinconándolos, silenciándoles e incluso apartándolos de la vida pública, de la terrenal incluida. Han transcurrido los años desde entonces, y la situación pronosticada se ha visto plasmada punto por punto para desgracia nuestra.

España, ya no es España, somos una entelequia dónde sólo podemos sentirnos orgullosos de la misma a través de logros deportivos. Esa es nuestra única esperanza, desde luego, gran tristeza.

Nos hemos convertido como antaño, siglos atrás, en reinos de taifas, destacando el aldeanismo, el cual campa por doquier, intentando doblegar al Estado. Hemos llegado al punto del disparate sin igual, donde un ciudadano español no puede trabajar en todo el territorio nacional, ya que debe saber la lengua provinciana de cada lugar. Un niño ve limitados sus conocimientos, dependiendo de su lugar de cuna, estudiándose unas materias distintas en cada lugar, amén de su lengua. Ello se ha visto reflejado en varias generaciones pérdidas, es duro decirlo, pero es la realidad.

Cada lugar se ha erigido en un mini estado, triplicándose la administración con cargos altamente renumerados, cuyas funciones son nimias. Hemos pasado de ser un gran estado central, a 17 estados con 17 administraciones, con sus diputaciones, más órganos provinciales y locales.

Nadie es valiente para decirlo, las autonomías nos han destruido, destrozado y arruinado. Muchos de sus autores se encuentran vivos, siendo incluso homenajeados por tal disparate. España no tiene capacidad suficiente como para mantener una multiplicidad constante de gobiernos y de entes artificiales. El “no es esto” orteguiano, se pone de manifiesto ahora más que nunca. Se intentó premiar a localismos absurdos, cuando España durante cerca de cuarenta años vivió una de sus épocas de mayor apogeo, donde el español se encontraba orgulloso de serlo y donde desde la nada nace una nueva clase social española, la gran clase media. En esos años se crea la seguridad social, el sistema público de pensiones, las vacaciones renumeradas, pagas extras y una larga lista de logros sociales, los cuales se están perdiendo cual desprendimiento de rocas incesante, debido a lo que como decía antes nadie quiere expresar: el estado de las autonomías.

El tejido funcionarial se ha multiplicado por 100, existiendo puestos y más puestos públicos sin necesidad. Incluso se crean plazas denominadas de interinos, dónde transcurren los años sin que dicha plaza se ocupe por un funcionario de carrera, costeando sobre nuestras espaldas miles de trabadores sin concurso, oposición o mérito para ello. Sólo el ser amigo o conocido de tal.

Los liberados políticos y sindicales campan a sus anchas por territorio nacional. Ayuntamientos inicuos, con un censo poblacional mínimo cuentan con toda una estructura municipal, destacando sus concejales liberados a costa del erario público.

Partidos políticos formados por vividores de la política, donde lo de menos es paliar el sufrimiento ajeno, sino asegurarse una poltrona hasta la edad de jubilación, bien a través de cargos públicos, bien mediante sociedades creadas para el sustento de los mismos.

Sindicatos vendidos al mejor postor, donde la defensa hacia el trabajador brilla por su ausencia, predominando el sueldo por no hacer nada, o en todo caso la asistencia a unas pocas reuniones dónde el final se halla acordado por anticipado.

Esta es la radiografía de España, triste placa vista al trasluz. Pero en contraposición es cierto que en España se puede asesinar a miles de inocentes antes de nacer en el vientre de su madre. Los homosexuales pueden equipararse a las parejas naturales contrayendo matrimonio y en el colmo llegando a adoptar a criaturas, las cuales jamás verán a una madre. El amor libertario en cualquier lugar público está a la orden del día, no pasa absolutamente nada por colocar películas con un contenido alto de escenas sexuales en cualquier horario. ¡Es bueno que los niños se empapen de esas cosas! Ya que mientras pretenden emular a esos personajes, no piensan ni pensarán nunca que son españoles, y que hubo momentos en que nuestra patria marcó el rumbo a más de medio mundo.

Fantásticos programas televisivos donde personas de una talla cultural e intelectual ridícula, se convierten por arte de magia en iconos juveniles y no tan jóvenes.

Hemos fabricado generaciones de holgazanes, es durísimo decirlo pero no queda más remedio. Miles de trabajadores son prejubilados con sumas de dinero mensuales, mientras el tejido empresarial ve mermadas sus posibilidades. Personas españolas cobrando peonadas en muchos lugares de nuestro territorio patrio, el denominado PER, mediante el cual sin trabajar se cobra. Muchos otros inscritos como demandantes de empleo, pero rechazando muchos puestos de trabajo, porque la prestación es más elevada de lo que ofrecen. Cientos de personas defraudadoras de la seguridad social, fingiendo enfermedades artificiales para evitar el trabajo. Esto es lo que la democracia liberal capitalista nos ha legado.

Todo ello revierte en una sociedad corrompida, anestesiada y dormida.

Ahora, como un tiro de gracia nos inyectan una suma máxima de 100.000 millones de euros. Primera pregunta ¿dónde se encuentran dichos euros? Segunda pregunta ¿alguien los ha visto? Tercera pregunta ¿quién los tiene?

El problema macroeconómico precisamente radica en esta básica cuestión, no existe dinero, no tenemos dinero, todo es fruto de cifras. Desde hace unos años a esta parte el dinero se ha convertido en números digitales. Esas operaciones realizadas por nuestros antepasados, basadas en un apretón de manos con la posterior entrega de una buena cantidad de billetes ha pasado al limbo de los justos. Ahora se teclea un botón y por arte de magia figura en una pantalla una suma ingente de dinero, pero ¿podemos tocarlo?, ¿podemos contarlo?, fácil respuesta, no, y cualquier banco o caja puede atestiguarlo, al acudir a retirar una cantidad nada extensa de nuestro dinero, y recalco, nuestro dinero, nos lo niegan, dándonos un plazo de varios días para dicha entrega.

Por tanto, primer embuste del gobierno nacional y europeo, no existen los billetes.

Mientras desde todo el sistema, y cuando hablo de sistema no desligo un partido de otro, se intenta trasladar a la opinión pública un mensaje de calma, donde se incide en el bajo interés del préstamo concedido y en sus ventajas para el sistema financiero español.

Sin embargo, en un segundo plano indican que este crédito grabará sobre la deuda española, con lo que evidentemente (y no soy economista), España se endeudará no en 100.000 millones de euros, sino en esa suma más sus intereses. Para ser aún más exactos, el producto interior bruto (PIB) se va a hipotecar durante varias decenas de años. A ello debemos sumar la devolución de dicho préstamo, evidentemente España está quebrada por sucesivos gobiernos incapaces, con lo que para dicha devolución se procederá a una desaparición de los logros sociales conquistados antaño, convirtiendo a la gran clase trabajadora, la más amplia del espectro social, en puros esclavos sojuzgados por la bota demoliberal capitalista nacional y europea.

Esta es la realidad tangible y real, no lo que se intenta trasladar como un fenómeno normal y hasta positivo.

El sistema financiero español está hundido, sus directivos todavía tienen la desfachatez de irse con sumas de dinero en forma de pensiones astronómicas. Pero antes de toda esta circunstancia, asistíamos impávidos a informes trimestrales sobre ganancias en los diferentes bancos y cajas españolas. Cuestión automática, ¿dónde están esas cantidades de dinero? Todo ha sido una mentira, perfectamente orquestada por todos y para todos, siendo lo más grave, asimilada por los ciudadanos, ya que el libertinaje campaba y campa a sus anchas.

Nos hallamos en pleno proceso de descomposición; económica, moral, social, religiosa, intelectual y cultural. Es decir, somos un enfermo con un cáncer rabioso, extendiéndose la metástasis por todas partes. Lo peor de todo ello es la solución. A pesar de quimioterapia, radioterapia u operaciones quirúrgicas, no tiene ninguna solución.

Por eso ha llegado el momento de enarbolar una nueva bandera, la de los principios, los valores, los credos, todos ellos nos hicieron grandes, únicos y libres, sin permisos tutelados de nadie ni de nada.

Cierto es que el marxismo es la tendencia más ignominiosa para el hombre, pero no menos cierto lo es el capitalismo, verdadera faz hambrienta en busca de la dignidad humana. Tenemos que encaminarnos hacia un sistema nuevo, debemos levantarnos para convertirnos en voz de los oprimidos, de los desheredados, tenemos la obligación moral de cambiar este sistema perverso dónde el hombre vale lo mismo que un plato de lentejas.

A Jesucristo se le traicionó con unas monedas de oro, a los españoles se nos ha traicionado con el capitalismo demoliberal.

Decía Santo Tomás: “No importa, ellos tienen el poder, pero nosotros, poseemos lo más importante e irreducible, nuestra fe”.

*Historiador.

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Que nadie llore por esta falsa democracia

 
Francisco Rubiales.- 
La falsa y degradada democracia española está acorralada y sin salida, con el pueblo inquieto, con muchos ciudadanos protestando en las calles, con los mercados atacando con extrema hostilidad, sin credibilidad internacional, sin propósito de enmienda creíble, con sus socios europeos negándole el dinero que necesita para sobrevivir y con el Congreso vallado y aislado de la sociedad, por puro miedo a la ciudadanía, una imagen dramática de un régimen que agoniza y se asfixia en el mar de excrementos que los mismos políticos han fabricado con la mentira, el despilfarro, la arbitrariedad, la corrupción y el abuso de poder.

El gobierno ha tirado la toalla y dice ya que nos ayudan desde fuera o nos hundimos. Han cometido muchos errores, desde despreciar a los ciudadanos has abusar del poder con iniquidad, sin desmontar el injusto e incosteable Estado de las Autonomías, manteniendo a legiones de enchufados y parásitos colocados en el Estado, sin otro mérito que tener carné de partido… pero el peor de todos los errores y traiciones ha sido creer que España podía resurgir sin el esfuerzo de todos, con la gente indignada por los desmanes del poder político, con la corrupción galopando por las tierras de España, con sólo los dictados de unos políticos que no representan a los ciudadanos, con gobiernos (de derechas o de izquierda, que lo mismo da), en los que ya nadie cree y a los que muy pocos respetan.

Muchos piensan que hay que llorar por la mal llamada “democracia española”, pero no es cierto. Algunos políticos y periodistas con tribuna en la televisión y la radio hablan con admiración de “nuestra democracia” y argumentan que hay que preservarla porque detrás llega el fascismo. Son verdaderos imbéciles o engañadores profesionales porque no merece la pena defender un sistema que de democracia no tiene nada y cuyo balance es tan desolador que ha llenado el país de desempleados y pobres, que arrebata sus hogares a cientos de miles de familias sin posibilidad de pagarlos, que obliga a varias generaciones de jóvenes a emigrar para encontrar empleo y que ha convertido a España en un país pordiosero que mendiga ayuda internacional para sobrevivir, además de líder en desastres y vicios como el blanqueo de dinero, la prostitución y trata de blancas, el tráfico y consumo de drogas, el fracaso escolar, la baja calidad de la educación, el rechazo popular a los políticos, el uso de la mentira como método de gobierno, los privilegios de la clase dominante, el mal funcionamiento de la Justicia, la creación de un Estado injusto y monstruoso, plagado de enchufados y parásitos, que cobran sin otro mérito que tener carné de partido y otras “lindezas” por el estilo.

Esa falsa democracia, que sólo es una sucia oligocracia de partidos preñada de corrupción o, para entendernos mejor, una dictadura camuflada de partidos políticos y de políticos profesionales e impunes, no merece una sola lágrima porque desde su nacimiento no ha sido otra cosa que una estafa, un régimen sin ciudadanos, una vía bastarda diseñada para sustituir el Movimiento Nacional de Franco por unos partidos políticos sin controles ni contrapesos, un cóctel hecho por cobardes en el que se hicieron concesiones inadmisibles a los nacionalistas y a las mafias regionales y locales, sin separación de poderes, sin leyes iguales para todos, sin elecciones realmente libres y sin una sociedad civil fuerte, que sirva de contrapeso al poder. Ni una sola de las reglas básicas de la democracia se cumple en este desgraciado y dramático “régimen” español, hoy hundido y a punto de entrar en quiebra total.

Si es cierto el sabio dicho de que “por sus frutos lo conocereis”, entonces la falsa democracia española es un guiñapo sin valor alguno. Un sistema que ha permitido que los desalmados que gobernaban saquearan las arcas públicas, sin devolver lo robado, y que ha dilapidado la riqueza creada, despilfarrando, endeudándonos hasta la locura y desprestigiando el sistema y la nación en todos los ámbitos imaginables, sobre todo en los mercados y en las cancillerias de todo el mundo, no merece una lágrima ni siquiera un gesto de respeto, sino un entierro silencioso, en una fosa profunda, de la que nunca más vuelva a salir.

Un sistema que ha sido gobernado por los dos grandes partidos del país, turnándose en el poder y en el fracaso, compartiendo la corrupción y la rapiña, no merece una sola lágrima, sino un drástico cambio de rumbo que permita que la nación renazca con la limpieza, la verdad y la decencia que nunca tuvo desde que Franco murió.

Hay más de mil casos de corrupción abiertos por la Fiscalía Anticorrupción que afectan a los principales partidos del país, incluyendo a los nacionalistas, lo que significa que existen más de 10.000 casos graves, ya que las estadísticas dicen que sólo uno de cada diez casos reales ve la luz en los tribunales. Esa multitud impresionante de malversaciones, estafas, falsificaciones, cohechos, robos y otros muchos delitos, todos ellos integrados en el bloque siniestro de la corrupción pública e institucional, constituyen una base más que suficiente para que una Justicia solvente e independiente, si existiera, ilegalizara a los grandes partidos políticos españoles por haberse convertido en peligrosas asociaciones de malhechores.

En España no hay otra solución que empezar de nuevo y aplicar el sabio y conocido principio de que “todos los males de las democracias se curan con mas democracia”. En España, donde el nivel de democracia real es practicamente cero, hay que instaurar un sistema nuevo, con controles, leyes asumidas por todos, contrapesos, castigo para los canallas, participación ciudadana y grandes exigencias éticas y profesionales para los que aspiren al poder, todo lo contrario de lo que existe hoy, un sistema descontrolado donde cualquier canalla o sinvergüenza ha podido auparse hasta la cima, donde, con una impunidad insultante, los políticos y sus protegidos han podido robar, engañar y conducir al país hacia la ruina y el fracaso.

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Alfonso Ussía: “Hemos confundido democracia con silencio y libertad con hipocresía”



Alfonso Ussía/LR.- Me decía mi cada día más añorado Antonio Mingote: «Si dijéramos en público lo que manifestamos en privado, más de uno se llevaría un susto». Cierto como que existen las vacas lecheras. Hemos confundido democracia con silencio y libertad con hipocresía. Sólo se atreven a decir lo que piensan los que carecen de complejos.

El complejo de demócrata es tan nocivo como el complejo de inferioridad. Un demócrata, un ciudadano que respeta la opinión ajena, cumple con sus obligaciones tributarias, vive pacíficamente, supera las dificultades, acude a las urnas a depositar su voto y cree vivir en libertad, tiene todo el derecho del mundo a decir lo que piensa, aunque ello resulte políticamente incorrecto para los acomplejados. Aunque no me gustan algunas de sus artimañas, me tranquilizó lo que se atrevió a decir Basagoiti días atrás. «Me importan un bledo los enfermos de la ETA». Coincido plenamente en el bledo. Un Estado de Derecho, como lo es el español, no puede sostenerse camuflado en el eterno temor al qué dirán. Me importa un bledo el qué dirán a estas alturas de mi vida. Ha fracasado rotundamente el concepto de Estado de las Autonomías. Aquel «café para todos» ha terminado con nuestros recursos. España tiene en los actuales momentos 400.000 políticos que pagamos entre todos. A ellos hay que sumar los asesores personales.

España ha vuelto al feudalismo con diecisiete reyezuelos, dos de los cuales reinan y derrochan en sus territorios con un único fin: la escisión, el separatismo y la patada en el culo a quienes no hemos hecho otra cosa que soportar sus continuas impertinencias, y en el caso del nacionalismo vasco, su complicidad romántica con los asesinos. Adelgazar el Estado no significa reducir el número de ministros, de concejales y de asesores. Es más traumático, pero pronto se verían las excelencias de la buena cirugía.

El buenismo de nuestra Sanidad y nuestra Defensa no tiene parangón en ninguna nación civilizada y desarrollada. España es una democracia en la que insultar al Rey, vejar a los jueces y miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado y robar a la luz del día, se han convertido en «asuntos menores». Encarcelamos a los que roban gallinas y soltamos a los criminales terroristas por temor a un alboroto.

Tenemos un Tribunal Constitucional del que forman parte seis individuos que abren las puertas de las instituciones a los terroristas. Los seis, qué casualidad, designados por el PSOE. Tenemos presidentes de comunidades, es decir, representantes del Rey en sus territorios, que se sientan todos los meses con los terroristas para pactar el futuro.

Tenemos, en Cataluña, un Gobierno de la Generalidad que desobedece y tira a la papelera las sentencias del Tribunal Supremo.

Tenemos unos sindicatos que quieren quemar la calle con el dinero que le damos, no voluntariamente, los chamuscados o incinerados por su brutalidad del siglo XIX. Tenemos una Oposición desleal y antidemocrática que no ha sabido perder las elecciones, y un Gobierno pusilánime, acomplejado y a todas luces, ineficaz.

Tenemos una deuda con las víctimas del terrorismo, que en lugar de solventarla, la estamos aumentando con nuestra cobardía y silencio. Tenemos una nación maravillosa, España, masacrada por un Estado, su administrador, rotundamente nefasto.

Tenemos a una derecha que empieza a esconderse y a una izquierda que vive con ochenta años de retraso.

Tenemos una clase política – con excepciones –, singularmente lamentable. Y tenemos a nuestros soldados en Afganistán y en el Líbano, allá donde son enviados, cumpliendo con un espíritu insuperable, cuando en realidad donde nos harían falta es en Guipúzcoa. Y eso es lo que quería decir y que nadie se atreve. Ya hemos cumplido con Afganistán. Vamos a cumplir con España, y a ver qué tal.

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El coronel Alamán: la ira de las legiones



Eduardo Arroyo/El Semanal.- 
Estos días, hurgando entre el bazar de noticias basura que propalan en “portales” como “yahoo” u “orange”, me enteré del “arrebato” del Coronel Alamán. Es curioso como todas estas “webs”, presuntamente dedicadas a la “información”, sesgan las noticias -¡oh, casualidad!- de acuerdo con la peculiar visión que la izquierda tiene de las cosas. Si a esto se añade que el pipiolo que redacta la noticia -puede que hasta un proto-progre de facultad- goza de un amplio, cómodo y burgués anonimato para redactar sus titulares, uno debe concluir que no hay que hacerle demasiado caso.

Lo que sí parece un dato objetivo es que el coronel del ejército Francisco Alamán Castro pidió la ilegalización de los partidos separatistas, denunció la miseria moral de la clase política y subrayó que los militares obran por sentido del honor y del deber, cosa que se echa a faltar en los políticos. Puede que esto indigne a éstos últimos pero el caso es que algo similar piensan millones de personas. Afirma el coronel, aunque no he podido saber dónde, que “cuando se presenta el curriculum de algún nuevo cargo público, se dice que estuvo en tal sitio y que estudió en esa otra universidad. Pero nunca nos dicen si ese cargo público tiene sentido del honor o si se trata de una persona decente. Es por eso que muchos políticos no tragan a los militares, representamos esos valores que ellos no han tenido ni tendrán nunca”.

Es decir, mucha chaqueta y corbata para enmascarar la puñalada trapera con un sonrisa en los labios. ¿Miente el coronel? Cualquiera que haya asomado la nariz por el mundo de la política al uso podrá comprobarlo en su propia piel. Se indignan los políticos, pero lo piensa muchísima gente. El coronel ha puesto voz a lo que piensan millones. Sin embargo, discrepo del coronel en lo que a salvar al estamento militar en bloque se refiere: el régimen, más que militares, requiere funcionarios puros y simples precisamente porque sabe muy bien que un militar auténtico es mucho más que un empleado público o que un mero vigilante de seguridad. Por eso, como ha hecho el coronel Alamán, a veces toca no callarse aunque a uno le cueste el puesto. Igualmente por eso el coronel Alamán resulta un ejemplar bastante poco común. Al fin y al cabo, lo que denuncia Alamán no es de ahora ni tampoco nuevo. ¿Cuantos militares se han distinguido por la defensa pública de la patria en los últimos años? Más bien pocos y les ha costado muy caro ante una clase política que sabe hacer valer muy bien sus privilegios, cesando fulminantemente al discrepante.

Dice el coronel: “se puede ofender a Dios, se puede insultar a España, quemar su bandera, silbar su himno, denigrar a los héroes. Cualquier imán en cualquier mezquita puede defender las leyes islámicas. Cualquier artista puede denigrar las imágenes sagradas. Cualquier etarra puede dar su opinión en los periódicos… Todos tienen derecho a expresarse… menos los militares. Imagine qué ocurriría si el Gobierno amenazara con sancionar a los representantes del colectivo gay que insultasen a la Iglesia, una institución en la que se ven representados millones de españoles. Se armaría la de San Quintín. En cambio se nos pide a nosotros que nos callemos y nadie sale al paso”. Desde luego, nadie sale al paso, incluyendo a los propios militares.

En todo caso, nada de esto resta un ápice de valor a un hombre honrado que ha dicho lo que piensan millones. Sin embargo hay alguna idea, de entre todas las que se han debatido al respecto, que merece la pena ser discutida aquí. Resulta que al pie de una carta remitida al medio “Alerta Digital” (7.9.2012) por el propio coronel Alamán, y que lleva por título “El coronel Alamán a Juan Tardá: ´Si alguna vez pelease con usted sería de frente, no poniendo bombas como sus amigos de Terra Lliure´”, un valiente anónimo, de esos cuya arrogancia es directamente proporcional al poco valor empleado en sus acciones, escribe (sic): “Alamán, no te vas tu a comparar con el señor Joan Tardá que es un político electo y tu un militar proto-golpista con ínfulas de salvapatrias. Si te gusta esto de la dialéctica política y quieres debatir con el presentate a las elecciones pero sin uniforme y sin pistolitas, ¿Vale machote?”. Aquí hay una idea importante cuyo interés radica en su fuerza propagandística y en su nulo valor de verdad: la de que la opinión de Alamán carece de relevancia frente a la de un político electo. Y es que en realidad, para cualquier sociedad es anterior el ejército, a los partidos políticos. Mucho más cuando los actuales partidos apenas pueden ya ocultar sus rasgos plutocráticos, tal y como se evidenció en el debate en torno a la financiación de la Iglesia católica, cuya crítica se volvió contra los propios partidos de izquierda que hacían su tradicional y rancia campaña anticlerical.

El ejército representa la necesidad de toda comunidad por defenderse. En tanto que uno se defiende, uno puede reclamar su existencia y su derecho, y porque existe la comunidad que el ejército garantiza el partido político puede reclamar legitimidad. Pero si se trata de un partido que cree, en base a una serie de supuestos delirantes, que es la comunidad misma la que tiene que dejar de existir, que fomenta la disolución de la misma y que ha cesado de adoptar estrategias delictivas por razones meramente oportunistas -como decía cierta cucaracha en una carta dirigida a los “valientes” gudaris de ETA, allá por 1991-, entonces ese partido no solo es que por ser tal tenga menos legitimidad que el ejército, es que carece de legitimidad para debatir en sana pluralidad el modo de organización social de la comunidad en la que piensa desenvolverse. Por ello, la observación de nuestro “héroe” anónimo, recogida así mismo con motivo del debate en torno a las afirmaciones del coronel Alamán por varios egregios representantes del cartel político-mediático, carece de validez.

Y lo demás son bravatas que, en la tradición de la ERC, les serían difícilmente sostenibles de depender de su valor y sentido del deber, tal y como argumenta muy bien el coronel Alamán en el citado artículo de más arriba. De todos los partidos que reclaman la desaparición de España -una de las cuatro naciones más importantes de Occidente- el PNV es el más cómico y miserable, para lo cual basta recordar el episodio del “Pacto de Santoña” durante nuestra guerra civil, del que ahora se cumple el 75 aniversario. ERC en cambio, además de partido golpista -véanse los hechos de 1934- y “revolucionario” en el peor sentido de la palabra, tiene una historia cuajada por una extraña mezcla de bellaquería y sadismo, a la par que un notable sentido para la incompetencia política. “Cataluña no le tiene miedo”, espeta Joan Tardá al coronel. Naturalmente, Tardá, que no sabe nada de la Cataluña real, sino de la que él imagina -la de ERC- padece la misma psicosis megalómana que su colega Companys. No solo es que Tardá no sea “Cataluña”, es que esa “identidad” que el reclama no tiene nada que ver con lo que él piensa, más que en la medida en que su casta política pudre y deteriora el espíritu de la gente de aquella región.

Por todo ello no es de extrañar la indignación del coronel Alamán. El coronel se percata de que, mientras que a su gremio se le puede exigir la vida en el nombre de la patria, la casta política, desde los Tardá a los González, López, Fernández Díaz, Zapateros, Cospedales, Blancos y un sin fin de nombres vacuos, han hecho de una gran nación histórica una comunidad desmoralizada y sin norte. Este asunto, esa polaridad entre la frivolidad del político y el sentido del deber del héroe, viene ya de lejos en nuestra civilización, y data de la conocida carta de Marcus Flavinius, centurión de la segunda cohorte de la legión Augusta, a su primo Tertulio en Roma. Dice: “Nos habían dicho, al abandonar la tierra madre, que partíamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos allá lejos asentados, de tantos años de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitaban nuestra ayuda y nuestra civilización. Hemos podido comprobar que todo era verdad, y porque lo era, no vacilamos en derramar el tributo de nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos quejamos; pero, mientras aquí estamos impulsados por este espíritu, me dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traición y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes oídos a las más bajas tentaciones de abandono vilipendiando así nuestra acción. No puedo creer que todo esto sea verdad, y sin embargo las guerras recientes han demostrado hasta qué punto puede ser perniciosa tal situación y hasta dónde puede conducir. Te lo ruego, tranquilízame lo más pronto posible y dime que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza del Imperio. Si ha de ser de otro modo, si tenemos que dejar vanamente nuestros huesos calcinados por las sendas del desierto, entonces ¡Cuidado con la ira de las legiones!”.

Que tomen nota los Tardás y compañía. Los “bolínagas”, los “Txeroquis”, los “bildus” y compañía son en realidad perseguidos de pandereta que se crecen porque saben que frente a ellos no hay un enemigo en condiciones. Cuando lo tienen enfrente, la historia siempre les ha dejado en muy, muy mal lugar.

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