sábado, 8 de septiembre de 2012

El coronel Alamán: la ira de las legiones



Eduardo Arroyo/El Semanal.- 
Estos días, hurgando entre el bazar de noticias basura que propalan en “portales” como “yahoo” u “orange”, me enteré del “arrebato” del Coronel Alamán. Es curioso como todas estas “webs”, presuntamente dedicadas a la “información”, sesgan las noticias -¡oh, casualidad!- de acuerdo con la peculiar visión que la izquierda tiene de las cosas. Si a esto se añade que el pipiolo que redacta la noticia -puede que hasta un proto-progre de facultad- goza de un amplio, cómodo y burgués anonimato para redactar sus titulares, uno debe concluir que no hay que hacerle demasiado caso.

Lo que sí parece un dato objetivo es que el coronel del ejército Francisco Alamán Castro pidió la ilegalización de los partidos separatistas, denunció la miseria moral de la clase política y subrayó que los militares obran por sentido del honor y del deber, cosa que se echa a faltar en los políticos. Puede que esto indigne a éstos últimos pero el caso es que algo similar piensan millones de personas. Afirma el coronel, aunque no he podido saber dónde, que “cuando se presenta el curriculum de algún nuevo cargo público, se dice que estuvo en tal sitio y que estudió en esa otra universidad. Pero nunca nos dicen si ese cargo público tiene sentido del honor o si se trata de una persona decente. Es por eso que muchos políticos no tragan a los militares, representamos esos valores que ellos no han tenido ni tendrán nunca”.

Es decir, mucha chaqueta y corbata para enmascarar la puñalada trapera con un sonrisa en los labios. ¿Miente el coronel? Cualquiera que haya asomado la nariz por el mundo de la política al uso podrá comprobarlo en su propia piel. Se indignan los políticos, pero lo piensa muchísima gente. El coronel ha puesto voz a lo que piensan millones. Sin embargo, discrepo del coronel en lo que a salvar al estamento militar en bloque se refiere: el régimen, más que militares, requiere funcionarios puros y simples precisamente porque sabe muy bien que un militar auténtico es mucho más que un empleado público o que un mero vigilante de seguridad. Por eso, como ha hecho el coronel Alamán, a veces toca no callarse aunque a uno le cueste el puesto. Igualmente por eso el coronel Alamán resulta un ejemplar bastante poco común. Al fin y al cabo, lo que denuncia Alamán no es de ahora ni tampoco nuevo. ¿Cuantos militares se han distinguido por la defensa pública de la patria en los últimos años? Más bien pocos y les ha costado muy caro ante una clase política que sabe hacer valer muy bien sus privilegios, cesando fulminantemente al discrepante.

Dice el coronel: “se puede ofender a Dios, se puede insultar a España, quemar su bandera, silbar su himno, denigrar a los héroes. Cualquier imán en cualquier mezquita puede defender las leyes islámicas. Cualquier artista puede denigrar las imágenes sagradas. Cualquier etarra puede dar su opinión en los periódicos… Todos tienen derecho a expresarse… menos los militares. Imagine qué ocurriría si el Gobierno amenazara con sancionar a los representantes del colectivo gay que insultasen a la Iglesia, una institución en la que se ven representados millones de españoles. Se armaría la de San Quintín. En cambio se nos pide a nosotros que nos callemos y nadie sale al paso”. Desde luego, nadie sale al paso, incluyendo a los propios militares.

En todo caso, nada de esto resta un ápice de valor a un hombre honrado que ha dicho lo que piensan millones. Sin embargo hay alguna idea, de entre todas las que se han debatido al respecto, que merece la pena ser discutida aquí. Resulta que al pie de una carta remitida al medio “Alerta Digital” (7.9.2012) por el propio coronel Alamán, y que lleva por título “El coronel Alamán a Juan Tardá: ´Si alguna vez pelease con usted sería de frente, no poniendo bombas como sus amigos de Terra Lliure´”, un valiente anónimo, de esos cuya arrogancia es directamente proporcional al poco valor empleado en sus acciones, escribe (sic): “Alamán, no te vas tu a comparar con el señor Joan Tardá que es un político electo y tu un militar proto-golpista con ínfulas de salvapatrias. Si te gusta esto de la dialéctica política y quieres debatir con el presentate a las elecciones pero sin uniforme y sin pistolitas, ¿Vale machote?”. Aquí hay una idea importante cuyo interés radica en su fuerza propagandística y en su nulo valor de verdad: la de que la opinión de Alamán carece de relevancia frente a la de un político electo. Y es que en realidad, para cualquier sociedad es anterior el ejército, a los partidos políticos. Mucho más cuando los actuales partidos apenas pueden ya ocultar sus rasgos plutocráticos, tal y como se evidenció en el debate en torno a la financiación de la Iglesia católica, cuya crítica se volvió contra los propios partidos de izquierda que hacían su tradicional y rancia campaña anticlerical.

El ejército representa la necesidad de toda comunidad por defenderse. En tanto que uno se defiende, uno puede reclamar su existencia y su derecho, y porque existe la comunidad que el ejército garantiza el partido político puede reclamar legitimidad. Pero si se trata de un partido que cree, en base a una serie de supuestos delirantes, que es la comunidad misma la que tiene que dejar de existir, que fomenta la disolución de la misma y que ha cesado de adoptar estrategias delictivas por razones meramente oportunistas -como decía cierta cucaracha en una carta dirigida a los “valientes” gudaris de ETA, allá por 1991-, entonces ese partido no solo es que por ser tal tenga menos legitimidad que el ejército, es que carece de legitimidad para debatir en sana pluralidad el modo de organización social de la comunidad en la que piensa desenvolverse. Por ello, la observación de nuestro “héroe” anónimo, recogida así mismo con motivo del debate en torno a las afirmaciones del coronel Alamán por varios egregios representantes del cartel político-mediático, carece de validez.

Y lo demás son bravatas que, en la tradición de la ERC, les serían difícilmente sostenibles de depender de su valor y sentido del deber, tal y como argumenta muy bien el coronel Alamán en el citado artículo de más arriba. De todos los partidos que reclaman la desaparición de España -una de las cuatro naciones más importantes de Occidente- el PNV es el más cómico y miserable, para lo cual basta recordar el episodio del “Pacto de Santoña” durante nuestra guerra civil, del que ahora se cumple el 75 aniversario. ERC en cambio, además de partido golpista -véanse los hechos de 1934- y “revolucionario” en el peor sentido de la palabra, tiene una historia cuajada por una extraña mezcla de bellaquería y sadismo, a la par que un notable sentido para la incompetencia política. “Cataluña no le tiene miedo”, espeta Joan Tardá al coronel. Naturalmente, Tardá, que no sabe nada de la Cataluña real, sino de la que él imagina -la de ERC- padece la misma psicosis megalómana que su colega Companys. No solo es que Tardá no sea “Cataluña”, es que esa “identidad” que el reclama no tiene nada que ver con lo que él piensa, más que en la medida en que su casta política pudre y deteriora el espíritu de la gente de aquella región.

Por todo ello no es de extrañar la indignación del coronel Alamán. El coronel se percata de que, mientras que a su gremio se le puede exigir la vida en el nombre de la patria, la casta política, desde los Tardá a los González, López, Fernández Díaz, Zapateros, Cospedales, Blancos y un sin fin de nombres vacuos, han hecho de una gran nación histórica una comunidad desmoralizada y sin norte. Este asunto, esa polaridad entre la frivolidad del político y el sentido del deber del héroe, viene ya de lejos en nuestra civilización, y data de la conocida carta de Marcus Flavinius, centurión de la segunda cohorte de la legión Augusta, a su primo Tertulio en Roma. Dice: “Nos habían dicho, al abandonar la tierra madre, que partíamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos allá lejos asentados, de tantos años de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitaban nuestra ayuda y nuestra civilización. Hemos podido comprobar que todo era verdad, y porque lo era, no vacilamos en derramar el tributo de nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos quejamos; pero, mientras aquí estamos impulsados por este espíritu, me dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traición y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes oídos a las más bajas tentaciones de abandono vilipendiando así nuestra acción. No puedo creer que todo esto sea verdad, y sin embargo las guerras recientes han demostrado hasta qué punto puede ser perniciosa tal situación y hasta dónde puede conducir. Te lo ruego, tranquilízame lo más pronto posible y dime que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza del Imperio. Si ha de ser de otro modo, si tenemos que dejar vanamente nuestros huesos calcinados por las sendas del desierto, entonces ¡Cuidado con la ira de las legiones!”.

Que tomen nota los Tardás y compañía. Los “bolínagas”, los “Txeroquis”, los “bildus” y compañía son en realidad perseguidos de pandereta que se crecen porque saben que frente a ellos no hay un enemigo en condiciones. Cuando lo tienen enfrente, la historia siempre les ha dejado en muy, muy mal lugar.

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