martes, 13 de julio de 2010

Van a por todas / La enfermedad del europeísmo

 
 
  La manifestación separatista de Barcelona ha sido impresionante. Si la policía, dirigida por separatistas, habla de un millón de asistentes habrán sido entre cien y doscientas mil, una cifra enorme en cualquier caso. Seguramente se concentraron allí todos los secesionistas catalanes más los partidarios del estatuto de nación asociada, todos ellos rupturistas con laa Constitución y la unidad de España. Ni son ni representan a la mayoría de los catalanes, como han mostrado las ridículas votaciones en los referendums ilegales recientes o la propia votación del estatuto; pero eso carece de verdadera importancia política, porque constituyen la fracción más activa, politizada y fanatizada de la población, mientras que los demás catalanes no solo carecen de representación (ni el PP ni el PSOE los representan, en realidad los traicionan) sino que constituyen una masa hoy por hoy amorfa, desorganizada, dispersa y sin apenas argumentario. Son las minorías las que arrastran a las mayorías, y las minorías claramente españolistas apenas existen, o carecen de dinamismo y de plan de acción, al contrario de las antiespañolas.

   En el programa Los últimos de Filipinas, del domingo pasado, señalaba yo cómo los separatismos en España habían cumplido un papel desestabilizador en los períodos de libertades, parasitando estas y facilitando el camino a las dictaduras, durante las cuales habían dejado de incordiar (salvo el caso de la ETA, de un separatismo nuevo, marxista, pero ya muy a últimos del régimen de Franco). Y Vidal-Quadras apuntaba a un dato crucial: “Efectivamente –vino a decir—los nacionalistas tienen un plan, el plan de disgregar España, y lo siguen en cuanto tienen oportunidad. Pero enfrente no hay plan alguno. Y quienes actúan de acuerdo con un plan, terminan ganando a los que no lo tienen”. Es más, terminan arrastrando a gran parte de sus adversarios que no saben adónde ir, como han hecho con el PSOE y el PP. Esta es la diferencia crucial, no la mera masividad de unos u otros en un momento dado. Los separatistas empezaron por tertulias insignificantes de personajes medio o más que medio chiflados, pero se han convertido en el mayor peligro para la continuidad de la democracia y de la propia nación española. Y frente a ello no valen las quejas ni los llantos.

   Tampoco creo que podamos consolarnos con la idea de que los separatistas, si se salen con la suya en Cataluña, nos libran de un problema y el país quedará más pequeño pero por así decir más saneado. La verdad es que el problema de Cataluña es el de toda España, y que los males que allí se perciben existen en todo el país, por lo que, más que en un “saneamiento” en cualquier sentido que se dé a la palabra, entraríamos en un proceso de desintegración.

    Urge, por tanto, pasar de lo negativo, de la mera crítica, menos aún de la queja, a lo positivo, a un plan de acción, esto es, a elaborar un programa político y una estrategia a partir de un análisis realista de la situación. Tarea para los pocos políticos demócratas y españolistas que quedan, a pesar de ser la población muy mayoritariamente demócrata y españolista.

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En Época

LA ENFERMEDAD DEL “EUROPEÍSMO”

   En un reciente encuentro en la Fundación Concordia salí al paso de una idea difusa, pero extendida, según la cual España lo debe todo a “Europa”, entendiendo por Europa lo que tradicionalmente se ha entendido en la paletería intelectual hispana: Francia, Inglaterra y Alemania, y sin siquiera percibir las profundas diferencias entre las tres. Esa mentalidad viene de lejos, y Ortega y Gasset la resumió en la frase ilógica, por no decir estúpida, “España es el problema y Europa la solución”; para lo cual inventó otras tonterías como la de la “tibetanización” de España. Ortega, cuando descendía al terreno histórico-político, solo tenía “ocurrencias”, como señaló Azaña y he analizado en libros recientes. 
   Opiné en la citada fundación que un factor de nuestra debilidad radica en esa falta de autoconfianza, en la creencia de que sin “Europa” no haríamos más que brutalidades, de que le debemos desde los fondos de cohesión hasta la democracia o la propia civilización, y la esperanza de que el mero hecho de estar “en Europa” nos permita resolver nuestros problemas, desde el económico al separatista. Este sentimiento, tan cultivado por políticos e ideólogos de tres al cuarto, es realmente corrosivo y solo se apoya sobre la ignorancia o la falsedad. Y al destruir la confianza en nosotros mismos como nación, nos vuelve incapaces de afrontar nuestros problemas.

    Expondré algunos aspectos del pasado reciente que abonan una razonable confianza en nosotros mismos. En primer lugar, España supo mantenerse al margen de las dos gigantescas guerras europeas del siglo XX, comparada con las cuales nuestra Guerra Civil no pasó de un episodio menor, tanto por el número de víctimas y destrucciones como por la crueldad empleada por todos los bandos. Neutralidad difícil, pues no faltaron políticos demagogos y progresistas ansiosos por embarcarnos en esas contiendas, como Romanones en la Primera Guerra Mundial o Negrín en la Segunda.

   Nuestros “europeístas” suelen motejar de “perdidos” los años del franquismo hasta 1959, afirmando que tardó mucho en recuperarse la renta de 1935. Pero los cálculos varían mucho de un economista a otro, y casi todos “olvidan” que Inglaterra tuvo a medio gas la economía española durante la guerra mundial, y que luego vino un aislamiento internacional absolutamente injusto, por cuanto los Aliados debieron mucho de su victoria final a la neutralidad española. Y suelen olvidar que el resto de Europa Occidental pudo rehacerse en gran medida gracias al Plan Marshall, negado a España. Pero incluso en tan duras condiciones el país avanzó, con mejoras decisivas en salubridad pública, esperanza de vida al nacer, enseñanza, sobre todo secundaria y universitaria, consumo de energía etc. Y ello, no solo sin Europa sino contra el aislamiento impuesto por Europa, solo superado en los años 50. Por cierto que la comparación de renta se hace con el año 1935, el mejor de la república, cuando lo adecuado es hacerlo con la primera mitad del 36, cuando el Frente Popular destrozó la economía española, siendo esa una de las causas de nuestra guerra.

  Aquel tipo de crecimiento más o menos “autárquico” se agotó en 1959, y el país supo cambiarlo con tal éxito que, sin estar en la CEE, embrión de la UE, España creció más que Europa, acercándonos rápidamente a su renta media. Tales logros no se han repetido desde que, como dicen los demagogos “entramos en Europa” (España siempre fue un país europeo)

   En cuanto a la democracia, casi toda Europa occidental se la debe directamente a la intervención de Usa en la II Guerra Mundial, mientras que nosotros nos la debemos a nosotros mismos, por evolución desde un régimen autoritario, no totalitario. Al igual que nos debemos la prosperidad anterior, y no al Plan Marshall, como ellos. Por tanto, menos beatería “europeísta”, pues nadie más que nosotros mismos va a resolver nuestros problemas.

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