martes, 14 de octubre de 2008

Lo que sí es un coñazo

Dramas sociales

Es verdaderamente un coñazo, un trágico coñazo, el comprobar cómo cada vez más hay más manos dispuestas a derramar sangre inocente y a hacerlo sin otra razón que el gamberreo (que ya estudió Camus), el dinero, las drogas e incluso la política.

Pedro de Tena
¿Qué es verdaderamente un coñazo? A estas alturas de la vida y harto ya de desfiles varios y de estupideces singulares y plurales; reconociendo sin duda alguna que lo de Rajoy es un tontería sospechosa, como la de quien se atreve a escribir un verso a máquina en el decir del impoeta Nicanor Parra; habiendo leído el significado de "coñazo" en el Diccionario para Pobres de Umbral, los dimes y diretes de Cela en su Colección de tacos e incluso, quién lo iba a decir, la consideración de Joaquín Costa ( sí, señores, el del cirujano de hierro y la despensa, la escuela y esas cosas menores para Zapatero) como un coñazo citado por el mismísimo Gustavo Bueno en relación con el krausismo español, he decidido rebelarme y revelarles qué es verdaderamente un coñazo. Y lo haré al hilo de un mensaje que mi amigo Juan, no de Mairena, sino de Uña y del barrio del Pilar, me ha remitido. Tal misiva recoge un texto de los Proverbios que dice así:
Hay siete cosas que se han de abominar: los ojos altaneros, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que trama designios perversos, los pies que corren presurosos al mal, el falso testigo que profiere calumnias y al que siembra discordias entre hermanos. (6, 16-19).
Como no sé qué versión ha utilizado mi amigo, ha elegido la Biblia de Jerusalén que lo muestra de este modo:
16 Seis cosas hay que aborrece Yahvé, y siete son abominación para su alma:
17 ojos altaneros, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente,
18 corazón que fragua planes perversos, pies que ligeros corren hacia el mal,
19 testigo falso que profiere calumnias, y el que siembra pleitos entre los hermanos.
Nos queda de antemano la duda de cuál de las siete es "abominación" y cuáles son las seis aborrecibles, pero, a pesar de ello, podemos afirmar que todas ella, por razón de extensión entre la ciudadanía, muy especialmente, entre los ligados a la vida pública, se están convirtiendo efectivamente en un verdadero coñazo.

Es verdaderamente un coñazo la mirada irreverente y altiva de concejales ridículos, de periodistas soberbios, de alcaldes descompuestos, de dirigentes de esta o aquella secta o de tontos útiles de diverso pelaje, especializados en reír las gracias del "neroncito" de turno, como aquellos 5.000 efebos que dicen acompañaban al tirano en sus paseos por el Tíber versificando gansadas. Y es verdaderamente terrible que las miradas críticas, que las hay, sufran el ostracismo civil y político porque ni su lenguaje ni su método ni su sinceridad pertenecen a esta estupidez de lo "correcto" que nos asola.

Es verdaderamente un coñazo la presencia desbocada de lenguas mentirosas por el panorama patrio. No se trata ya de los políticos, ni de los testigos en los juicios que mienten impunemente, ni de los profesores que engañan a sus estudiantes ocultándoles visiones e interpretaciones que no coinciden con las propias. No. Se trata de su universalización sin límites. Se decía antes que todos los cretenses eran mentirosos. Pues vamos camino de una sociedad donde todos los españoles lo somos, en la vida privada, en los partes de accidentes, en los seguros, en los currículos... Contra Kant, el imperativo categórico no es decir la verdad por servir a una utilidad o equilibrio universal, sino mentir.

Es verdaderamente un coñazo, un trágico coñazo, el comprobar cómo cada vez más hay más manos dispuestas a derramar sangre inocente y a hacerlo sin otra razón que el gamberreo (que ya estudió Camus), el dinero, las drogas e incluso la política, para no cansar. Ahí está la ETA para recordarnos que o hay otra sangre inocente que la suya. Ni siquiera la vasca. Pero además, está la delincuencia selvática que nos invade, de otros países y de nuestro propio país. Y ahí está la violencia doméstica, donde la sangre corre sin miramiento.

Es verdaderamente un coñazo la presencia de corazones miserables que trazan designios perversos para los demás mientras les sonríen y les dan palmadas en la espalda. No crean que pienso especialmente en las mafias que aprenden de Mario Puzo y de Coppola. No, no. Pienso en estos sindicalistas y políticos que apañan los puestos de trabajo para sus familias impidiendo que los chavales y chavalas del pueblo - pueblo, en este caso, quiere decir ese conjunto de no privilegiados que no tienen padrinos y que, por tanto, no se bautizan -, tengan su oportunidad en igualdad de condiciones.

Es verdaderamente un coñazo la presencia de millones de Aquiles, los de los pies ligeros que corren hacia el mal, hacia la sisa, el robo, la estafa, el crimen y el asesinato una vez derrumbadas las columnas del templo, es decir, la moral social heredada de una generación. ¿Hacia dónde van a correr los pies éticamente huérfanos que han pasado de tener diez mandamientos a no tener ninguno en menos de 30 años? Ciertamente, podríamos discutir la interpretación de tales mandamientos o de cualesquiera otros, pero es verdaderamente un coñazo vivir sin mandamientos libremente, autónomamente, admitidos. Coñazo y tragedia.

Es verdaderamente un coñazo proferir y herir con las calumnias a la pobre y/o rica gente que no sabe de dónde le viene la putada. En juicios, en revistas, en las teles, en los foros públicos. Ya no importa la verdad ni los hechos ni la realidad. Adoctrinadas por estos Maquiavelos de bolsillo que nos salen por todas partes para los que el fin justifica los medios y el sostenimiento en el poder, la riqueza y el prestigio es lo único que merece la pena caiga quien caiga, las bocas sucias ganan en las urnas. Y una de las mejores formas de fraguar el batacazo ajeno de quien obstruye los planes del perverso es lanzar calumnias, desacreditar ante las masas, inhabilitar públicamente.

Y es verdaderamente un coñazo y, de paso, una abominación, sembrar pleitos y discordias entre los hermanos. A la orden del día tenemos esa insistente práctica derivada de la cultura del odio. Está nuestra patria –¿he dicho patria? Dios, qué blasfemia–, que nos hermana política e históricamente plagada de profetas llamando a la resurrección de las tumbas, herencia de viejas guerras en las que muy pocos de los vivos tenemos responsabilidad. Inmersos en un maniqueísmo de pacotilla, el adversario deviene en enemigo al que conviene, no oír, no escuchar, no tener en cuenta, sino destruir ¿Y la reconciliación? Viejos cuentos centristas.

Dios mío, qué coñazo. Qué coñazo de España. Qué coñazo más denso, más oscuro, más hondo.

¿Dónde una mirada llana, una lengua veraz, una mano inocente, un corazón limpio, un camino recto, una boca honrada y una buena intención? Pues eso. Ser bueno, ¿para qué?...


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